Jueves 4 – lunes 8 de diciembre de 2014
Al final ha sido Phu Quoc el destino escogido para acabar nuestro viaje por
Vietnam. Quisimos seguir al sol y sabíamos que aquí lo íbamos a encontrar, en la
isla salvaje del país, situada en el Golfo de Tailandia, al Sur de Camboya,
país que la reclama. Un lugar perfecto para relajarse en piscina y playas y
para aventurarse en su poco trillada jungla.
En la isla también se pueden visitar fábricas, como la de salsa de pescado;
granjas, como la de perlas y la de pimienta; y también una prisión, la Coconut
prison (la isla fue utilizada como tal primero por los franceses y luego por
los americanos), que debe ser tan terrible como la de Phnom Penh y que tampoco
quisimos tener el estómago de ir a ver.
Es chocante pararse a pensar en que, en un lugar en el que se han llevado a
cabo tantas torturas, vengamos ahora los turistas a disfrutar de la parte
paradisíaca. Me da reparo incluso escribir lo que hemos llegado a disfrutar en
este Edén:
Paseo por la playa justo antes de la puesta de sol. Vuelta al resort ya de noche y placentero baño en una
piscina de agua calentada por el astro rey que había brillado, sin ser
molestado por las nubes, durante todo el día. Ducha posterior divisando la luna
por la ventana del cuarto de baño.
Paseo en bici hasta la capital de la isla, Duong Dong, para comprobar el
ambiente bullicioso, mercantil y marinero de la villa.
Excursión silvestre en moto por el norte y parte del sur de la isla. Y en
este punto será donde nos detendremos durante unas líneas. El marinero no había
llevado una moto desde que tenía unos veinte años, es decir, hace más de
treinta. Menos mal que la que alquilamos era automática y no tuvo muchos
secretos para él. Yo fui de paquete y, aunque al principio tuve la sensación de
que me iba a caer cada vez que el marinero frenaba o aceleraba, enseguida se
acostumbró el cuerpo a equilibrarse casi sin pensar e incluso me atreví a hacer
alguna foto en marcha.
La gasolina se nos acabó en seguida, los depósitos son pequeñísimos, y
empezamos a preocuparnos un poco por no encontrar en el momento justo una
gasolinera, ya que habíamos elegido la carretera más salvaje para ir al norte,
si no contamos la del Este de la isla que no sé cómo debe ser para llamarla
‘adventurous road’ y no me quiero ni imaginar en qué lodazal debe transformarse
tras las lluvias nocturnas que esta isla suele recibir (los turistas agradecen
esto inmensamente ya que durante el día, en esta época, pueden soler seguir
poniendo sus cuerpos a la parrilla), si por la que íbamos nosotros ya estaba
llena de charcos y piedras que esquivar. Aún no habíamos llegado a ninguna de
las playas marcadas en el mapa en las que, supuestamente, aunque conservasen
aún su esencia de retiro tropical, contábamos con que hubieran algún
chiringuito cerca en el que cobrar precios desorbitantes, es decir europeos,
por alguna bebida a los turistas y que, además, pudiera resolver nuestro
problema. De repente vimos un resort en medio de la nada y allí nos indicaron
que a 100 metros encontraríamos a alguien que vendía gasolina. Y así fue.
Primero paramos en una casa, que no sabíamos particular, donde no entendían ni
hablaban nada de inglés y con gestos y onomatopeyas les preguntamos si tenían ‘glu-glu-glu’ para la moto. Nos indicaron
que continuásemos un poquito más, y allí sí, vendían gasolina en botellas de
litro.
Tras llenar el depósito seguimos por la carretera de tierra, cruzamos
puentes que no prometían sostenernos (bueno, sólo uno) y bordeamos algunas playas
casi vírgenes, pero lo mejor fue llegar a la carretera que atravesaba la jungla.
Espesura densa y chirriante. En las ciudades nos quejamos del nivel de
decibelios que molesta nuestros oídos, pero no estoy segura que el de esta
jungla fuera más sano para la salud. ¡Qué escandaloso el sonido de sus
habitantes! Insectos sobre todo, deduzco. Encontramos algún camino que se
adentraba en ella, pero no nos atrevimos a dar más de tres pasos en la selva,
no sin zapato cerrado ni pantalón ni manga larga. Y menos tras el termitero
gigante que encontramos en ese paso que contaba tres y las enormes hormigas que
vimos rodeando nuestras sandalias. Si hubiera aparecido un dinosaurio jurásico entre
aquella fronda no me hubiera asombrado ni un ápice.
Para acabar nuestra jornada, decidimos comer algo en Ham Ninh, el pueblo
pesquero en el centro-oeste de la isla. En el atractivo restaurante con vistas
al mar, pedí una ensalada de mango verde adornada con cacahuetes. Sólo le pude
dar un bocado, que me supo delicioso y picante, ya que enseguida me di cuenta
del puñado de proteínas extras en forma de hormigas que corrían entre los
cacahuetes. Lamentablemente no me apeteció pedir otro plato o tomar la ensalada
nueva (o desinfectada) que me ofrecieron. Luego me arrepentí, cuando se nos pinchó
la rueda trasera de la moto, afortunadamente no muy lejos del hotel y en un
lugar con cobertura, pero sin mucha comida que ofrecer. Un viejecito motorista
muy amable se paró y nos intentó, con gestos, ofrecer su ayuda. Le señalamos el
teléfono con el que pretendíamos solucionar el asunto llamando al hotel, pero
él nos señaló un lugar donde supuestamente podrían ayudarnos, al otro lado de
la mediana de la gran carretera que llevaba a la capital de la isla, pero que a
trozos estaba en construcción, trozos en los que probablemente botamos
demasiado sobre piedras y baches para la cámara de una de nuestras ruedas. Nos pusimos
en marcha para buscar lo que creíamos un taller. Yo, caminando, cruzando la
gran carretera de dos carriles para cada una de las direcciones, sin mirar a
los dos lados puesto que creía que la mencionada mediana separaría el tráfico
como hace en Europa, pero un pitido procedente de la dirección opuesta en la
que estaban mirando mis ojos, me recordó que nos encontrábamos en Vietnam y,
por tanto, que el tráfico podía venir desde cualquier sentido. Fui afortunada
de que el claxon de la furgoneta que se dirigía a toda velocidad contra mí, funcionara
y me advirtiera que debía correr y proteger mi integridad de ella.
Dedujimos que nuestra salvación sería una gasolinera, pero allí nos
indicaron que, de nuevo a 100 metros (qué suerte tenemos de que cuando sufrimos
algún desatino, lo que nos va a salvar la
vida, esté siempre a unos 100 metros), se encontraba el lugar en el que
podrían ayudarnos. Una vez en el supuesto taller, el pretendido reparador se
quedó sin acciones cuando vio el pedazo de agujero que, supongo, pensaba cubrir
de algún modo. No parecía que tuviera cámaras de repuesto. Fue entonces cuando
llamamos al hotel para preguntar cómo proceder y nos dijeron que en unos 10 ó
15 minutos el propietario de la moto llegaría allí donde estábamos. Pude
entretener mi estómago con un batido de chocolate, lo más comestible que el
taller podía ofrecer aparte de fideos secos, por el que me quisieron cobrar un dólar
(20.000 VND) con una sonrisa que delataba un intento de abuso, dije que no era
posible. 10.000 VND fue la siguiente oferta. Los pagué... y me devolvieron,
imagino que con sentimiento de culpa, 3.000VND. ¡Lo que hay qué ver!
El propietario de la moto llegó con herramientas y una cámara de repuesto y
arregló la rueda expertísima y rápidamente. Luego nos guió por un atajo hasta
el hotel, donde pasamos con gusto, y cansados, de ir sentados a horcajadas a
dejarnos masajear por el agua de la piscina. Una piscina en la que no floto, en
la que no puedo hacer el muerto.
¿Nunca he hecho antes el muerto en
una piscina o es que no se puede hacer el
muerto en el agua de una piscina? Afortunadamente haber podido hacer el muerto el día antes en la playa,
descartó de mi lista de opciones que hubiera dejado de poder disfrutar de esa aptitud
que tanto relaja y consigue tan buenas conexiones con el universo.
Y llegó el martes 8 de diciembre, el día de empezar la larga vuelta a
Barcelona (Phu Quoc-Saigón (1 hora) + 4 horas de espera + Saigón-Doha (8 horas)
+ 9 horas de espera + Doha-Barcelona (7 horas)). Y tuve que contener las
lágrimas, por despedir tanto al paradisiaco resort que nos había acogido los
últimos días de este fantástico viaje como a los trabajadores del lugar (con
los que, la noche del sábado, vimos mientras cenábamos parte del show de
selección de la nueva Miss Vietnam que, casualmente, estaba teniendo lugar este
año en la parte norte de Phu Quoc, en un super resort exageradísimo que parecía
Disneylandia, con parque acuático y campo de golf incluido), que han sido extremadamente
amables y atentos con nosotros.
¡Gracias por todo Vietnam!
Flott !!
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