Lunes 1 y martes 2 de diciembre de 2014
Ya es
diciembre. Qué difícil se hace en un viaje saber en qué día vivimos, en qué día
de la semana estamos. Saber el día del mes cuesta, pero los constantes cambios
de hotel nos ayudan a centrarnos, pero para saber si es lunes, martes o
domingo, tenemos que concentrarnos mucho y hacer alguna que otra regla de tres.
Nos estamos haciendo mayores, (o yo al menos, el marinero ya lo era cuando
le conocí), nos da pereza comparar precios de paquetes de viajes de diferentes
agencias y acabamos reservando directamente las excursiones que nos ofrecen
directamente en los hoteles en los que nos alojamos. Luego no nos quejemos de
si nos timan… aunque hay tanta competencia que por lo poco que hemos
investigado, los precios parecen ser bastante parecidos en cualquier lugar en
el que se acaben reservando las excursiones.
Y con una de estas excursiones, llegamos por fin a la idealizada Bahía de
Halong, la imagen que más vende a Vietnam. Hemos visto tantas fotos de la zona,
que al ver en vivo esas rocas kársticas cubiertas parcial o casi totalmente de
vegetación surgiendo abruptamente del mar, no nos impresionan tanto como
esperábamos. Sí, es un paisaje bonito y original, pero sentíamos como si ya lo
conociéramos, quizás porque, además, tiene un aire a las neblinosas tres
gargantas del río Yangtzé (China) que visitamos este abril. Lo que me ha
decepcionado profundamente es no haber visto NI UNO de esos barcos con velas
chinas que aparecen tan a menudo en las imágenes de la bahía. De todos modos,
reconozco que es un paisaje muy romántico y sugerente por el que navegar. Fue
precioso ver pasar las islas desde la cubierta del barco o desde la ventana de
nuestro camarote, la pena es que el barco casi no navegara y la mayor parte del
tiempo permaneciera atracado. Para mí el viaje ideal hubiera sido navegar
durante todo el día y parar sólo durante la noche que pasamos en él (los viajes
más populares a esta zona son de dos días y una noche) y durante las
actividades que tenían montadas para entretenernos: kayak, nadar, visitar la
cueva más grande y bonita de la zona, subir a la cima de una de las rocas-islas
para disfrutar de otra perspectiva de la zona, clase de cocina vietnamita,
pescar calamares de noche atrayéndoles con luces. Esta última actividad nadie
quiso hacerla porque la llovizna que nos acompañó durante casi los dos días de
esta brumosa excursión había pasado a ser bastante intensa en el momento de la
propuesta. Cómo disfruto sin embargo al sentir esa llovizna en el rostro, cuando
es tan ligera que casi no moja, muy parecida a la islandesa.
A pesar
de conocer el pronóstico del tiempo, me llevé ropa para disfrutar de las
hamacas de la cubierta, que, obviamente, me imaginaba con sol, y casi me olvido
de llevarme el chubasquero, ¡ay estos deseos que enmarañan la realidad!
Durante la noche competimos, por llamarlo de alguna manera, al Tangram, un
juego con piezas de distintas formas y tamaños con las que formar las figuras propuestas
por el libro que las acompaña. Son dificilísimas. Nuestro grupo estuvo al menos
una hora y media (o dos) intentando montar la tortuga, una forma que nos
pareció de las más sencillas, pero no hubo manera de conseguirlo. Los demás
grupos (tres) tampoco tuvieron mucho éxito, excepto el de una familia que era
probablemente de Hong Kong (hablaban indistintamente entre ellos inglés y un
idioma que sonaba a chino), cuyo niño pequeño, de unos cinco o seis años,
parecía el más dotado para conseguir montar las figuras. Más tarde nos dimos
cuenta de que probablemente pareciera tan experto por estar mirando la parte
del libro que mostraba algunas de las soluciones. Posteriormente averiguamos
también que nuestra figura no era una tortuga sino una pulga. Seguramente por
esto no conseguimos montarla.
Un colega de grupo comentó que sería por jugar a ese juego que los vietnamitas,
o al menos nuestro guía, veían tantas figuras en la cueva que visitamos, la
Sung Sot Cave, o cueva sorprendente
que descubrieron unos franceses no hace más de un siglo, y que a él le costaron
tanto distinguir. Será.
Otra de
las actividades propuestas fue hacer taichí en la cubierta del barco a las seis
y media de la mañana, justo antes desayunar. Estuvo bien… aunque sólo nos
apuntáramos 4 de los 24 pasajeros del barco. Creí que sólo seríamos mujeres,
pero el novio de una de las chicas australianas también se apuntó (éramos un
grupo totalmente mixto: familia con tres hijos, los que eran probablemente de
Hong Kong, un chico de Suiza, parejas de Australia, Singapur, Argentina,
Alemania, Australia-Nueva Zelanda, Inglaterra-Malasia, España-Islandia y dos de
Francia). La parte mala fue que, si uno no se concentraba en el ejercicio y en la
respiración porque quería aprovechar la ocasión para disfrutar de la visión del
mar y del paisaje kárstico, despertaba sus sentidos para oír también el ruido
que oportunamente empezó a emitir uno de los muchos barcos que había a nuestro
alrededor (no estábamos aislados de los demás, como me habían dicho algunos que
ya habían estado en esta bahía que sucedería una vez saliéramos del puerto) y
para oler el tufo que desprendió momentáneamente otro de ellos, justo cuando el
llamado taichí máster, que también era el camarero principal, indicaba que
inspirásemos. Pero es precisamente en estas ocasiones cuando hay que ser zen e
integrar en uno todo lo que hay a nuestro alrededor para que nada nos moleste…
porque todo el universo forma parte de nosotros, a la vez que nosotros formamos
parte de todo el universo… o algo así…
Después
de subir a la cima de la isla Soi Sim para tener
una buena visión de y alguna bonita foto de la bahía, el marinero decidió
quedarse en la playa mientras algunos se bañaron y otros, como yo, iban a
comprobar hacia donde llevaba otro de los senderos escalonados de la isla. El
camino ofreció otra buena vista y alguna bonita foto extra y un paseo por otra
de las playas de la isla, aún no acondicionada para el baño, sólo para caminar
sobre la tarima de madera que pensé que llevaría a la playa donde se
encontraban los demás, pero que resultó acabar ante una gran roca y no tener
salida. Tuve por tanto que tuve que volver sobre mis pasos para llegar a la
playa donde estaba ya la mayoría de turistas. En el camino me encontré con un
mono monísimo, el problema fue que luego llegó un mono mayor, ¿la madre?, e
hizo ademanes de ataque contra mí. ¡Dios mío! Gracias a Dios recordé una
técnica aprendida, creo que en la India, que recomienda que cuando sucede algo
así, sirve con fingir que uno coge una piedra del suelo y va a lanzarla contra
el mono. Mi primer intento no debió parecer muy convincente; ya estaba viendo
los dientes del animal en mi brazo, cuando, al segundo, el mono salió huyendo.
¡¡¡Ufff!!!
Y la
gran cuestión, ¿qué vamos a hacer con los últimos cuatro días y medio que nos
quedan antes de volver a Barcelona? ¿Dónde podríamos ir? Yo me decantaría por
la zona montañosa de Sapa, de cuyos paisajes nadie viene desencantado, de las
tribus ‘hmongs negros, un poquito, porque son extremadamente insistentes cuando
intentan vender su artesanía. Lo malo es que allí ha llovido bastante estos
días atrás y el pronóstico no parece que vaya a mejorar demasiado, y, después
del fresquito de Halong y Hanoi, nos apetece más un lugar de sol, volver a los
30 grados a los que nos ha tenido acostumbrados Vietnam hasta ahora. Se nos
pasa por la cabeza saltar a Laos, pero cinco días no darían tiempo a ver mucho
más que quizás el par de ciudades más importantes, Vientián, la capital y Luang
Prabang, pero a nosotros no nos llaman demasiado las grandes ciudades. Lo único
que tenemos claro es que vamos a seguir al sol, así que cuando lleguemos al
hotel de Hanoi, googlearemos el tiempo y allí donde esté el sol, escogeremos
estar nosotros también.
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