jueves, 20 de noviembre de 2014

El Delta del Mekong (I) (El río de los nueve dragones y los 'narices grandes')



Domingo 16 y lunes 17 de noviembre de 2014
Nos hemos alojado dos noches en un Homestay, una especie de casa rural, a la orilla del río Mekong, Ha resultado baratísima, cuesta sólo 6,5€ por persona y noche con desayuno y cena incluidos. Los comentarios del Trip Advisor le daban muy buena puntuación, así que nos atrevimos a probarla.

Para llegar a ella tomamos un autobús desde la estación de Mien Tay de Saigón hasta Vinh Long, una de las ciudades del Delta del Mekong, llamado en Vietnam el río de los nueve dragones por el número de brazos en que se dividía el río antes de desembocar en el mar (actualmente sólo son siete).  Nos recomendaron que cogiéramos un autobús que fuera de la compañía Phuong Trang porque las otras ofrecían vehículos pequeños y muy incómodos. Efectivamente, tuvimos un viaje agradable en el que iba incluido un botellín de agua, una toallita refrescante y wifi (sorprendente que, de momento,haya wifi gratis en todas partes, incluso en el bar más pequeñito de Saigón).
                                                               
El trayecto fue bonito y mekongiano: afluentes del río, pescadores, barquitas, arrozales… de vez en cuando dos o tres tumbas en medio de los arrozales… El marinero se dio cuenta de que en muchos de los restaurantes que veíamos había hamacas al lado de las mesas. Qué buena idea, ofrecer la posibilidad de una siestecita después de la comida.

Una vez en la estación de Vinh Long tomamos un taxi y afortunadamente se nos ocurrió hacer que el taxista hablara con los del Homestay para saber cómo llegar hasta aquel lugar tan aislado… había empezado a conducir en dirección contraria. Al cabo de un rato le volvieron a llamar y le dijeron que nos dejara al lado de una iglesia por la que estábamos pasando justo en ese momento. Nos recogerían allí. En unos minutos apareció una mujer en moto que nos reconoció como sus huéspedes. Iba vestida como tantas motoristas aquí a pesar del calor (de momento la temperatura durante el día no ha bajado de los 30ºC), con chaqueta de manga larga con capucha, mascarilla, guantes, pantalón largo y medias (muchas chicas llevan calcetines o medias incluso con sandalias hawaianas). Como una ha visto familias de 4 personas, e incluso de más, subidas en una sola moto, pensé que tendríamos que ir el marinero, yo y nuestras dos mochilas en el mismo asiento que la mujer. Menos mal que al cabo de unos segundos apareció su marido. De todas maneras tuvimos que ir todo el camino, unos 20/30 minutos con la mochila a la espalda (no pudimos dejarlas entre las piernas de los conductores porque la zona ya estaba ocupada un montón de botellines de agua). Eso hizo que sintiera continuamente que me resbalaba hacia la conductora y que iba a hacerla caer del asiento en cualquier momento. ¡Qué tensión cuando parecía que iba a frenar! ¡Y cuando la carretera dejó de estar perfectamente asfaltada! ¡Y cuando esa carretera llena de baches y agujeros e convirtió en un camino de tierra! ¡Y cuando ese camino pasó a estar cubierto de piedrecitas! ¡Y cuando en todos esos casos nos cruzábamos con alguien y/o teníamos que tomar una curva y/o mi conductora hablaba por el móvil!
¡Ah, pero qué bellos los arrozales y paisajes del camino! Debían ser entre 16h y 16h30 por lo que el sol ya estaba un poco bajo y el efecto sobre el agua era precioso.
Nota: Aquí los niños pequeños no se acercan corriendo a saludar alegremente como en África.

Teníamos la esperanza de que al llegar a la casa hubiera alguien que hablara inglés, pero ninguno de los miembros de la familia que la atiende hablaba nada que no fuera vietnamita. Curioso que uno se desespere a veces cuando no le entienden y proteste porque esta gente no habla nada, cuando somos nosotros los que no hablamos su idioma… y precisamente los españoles no podemos quejarnos de que otros no hablen o entiendan mucho inglés porque nosotros somos terribles con los idiomas.
Cuando la hija de 13 años llegó del colegio fue cuando pudimos comunicarnos mínimamente. Al final de la noche la abuela se lanzó también a utilizar las pocas palabras del inglés que dice que aprendió en su día y que había conseguido no olvidar.


En la primera cena que tomamos en la casa, la abuela nos enseñó, además de cómo combinar correctamente los contenidos de los diferentes cuencos, qué son esos plásticos circulares o cuadrados que nos sorprendieron tanto cuando los dejaron sobre la mesa. Son papel de arroz. Uno, tal cual, sirve de base, el otro se humedece en agua para reblandecerlo y se coloca sobre el primero. Sobre ellos, en nuestro caso, pusimos 3 tipos de verdura fresca (una especie de espinacas algo agrias, una parecida a la lechuga y otra que era como cebollino) y una cocida en pequeñas tiras (¿nabo?), las enrollamos en ambos papeles y mojamos los rollitos en una salsa ligeramente picante que contenía ajo y chile. ¡Los famosos rollitos de papel de arroz! Lo que se deben reír de nosotros cuando nos ven indefensos ante tantas novedades.
En la segunda cena comimos creps rellenos de fideos y gambitas a las que les dejan media cáscara. Pensé que no podría comerlos sin quitar, incómodamente, trocitos de cáscara de gamba cada dos por tres, pero resultó que hay que coger parte de esos creps y enrollarlos en un par de hojas de verdura crujiente y mojarlos de nuevo en la salsa de ajo y chile; al masticar el conjunto no se nota la cáscara, posiblemente el crujir de la verdura ayuda. Interesante combinación.
Lo que me resultó curioso es que de postre, además de frutas (plátanos, que aquí son pequeñísimos, chom choms, una especie de lichis, y otra fruta cuyo nombre no recuerdo que tenía un sabor entre manzana, albaricoque y zanahoria, con unos sorprendentes pinchos alrededor del hueso), nos ofrecían siempre almendras. No sé si será algo común o una debilidad de la familia. En el paquete leí que eran de California… Tienen nos ofrecieron algo como unas tortitas de arroz inflado enormemente con caramelo que me encantaron.

Lo mejor de la casa, aunque al principio nos asustó un poco, fue que estuviera tan alejada de todo. De esta manera hemos podido conocer en parte cómo se vive realmente, de la pesca, de los arrozales, en esta zona del Mekong.
El lunes 17 de noviembre hubiéramos querido ir al mercado de Cai Be y a la isla de An Binh, pero como hasta el día siguiente no nos podrían haber acompañado (y no había otra manera de ir), decidimos relajarnos y disfrutar de los alrededores. A las 7h desayunamos (un huevo frito al que le podíamos añadir chile y salsa de soja, y una pequeña baguette (herencia de los franceses cuando ocuparon Indochina) y café y/o té), a media mañana, la vecina nos invitó a tomar té y a mostrarnos qué tipo de artefacto utilizaban para pescar justo en frente de su casa. Nuestros anfitriones también pescaban desde el jardín de su casa, pero de dos maneras distintas (directamente red, sin artefacto, y trol). A las 11h30 comimos (lo sé, prontísimo), y de 13 a 15h fuimos en bici a recorrer la zona. Fue un paseo delicioso. Paramos en una tienda-bar para hidratarnos y descansar un poco. Fuimos toda una atracción. Los locales se hicieron fotos con nosotros, nos pidieron nuestro número de teléfono. A mí me tocaban los brazos, señalaban mi piel como si fuera muy blanca y mi nariz, como… si les gustara, por ser ellos tan chatos. Creían que no les gustaban que por eso nos llaman a los occidentales narices grandes. Hacía las 16h30 pensábamos que el abuelo nos iba a llevar en barca por el Mekong, pero simplemente nos llevó un par de veces arriba y abajo por el canal que tenía en frente de su casa y que parecía que no tenía salida a ningún afluente. Una vez lo hicimos a remo, otra con motor. Parece que si queremos navegar por el Mekong tendremos que contratar un paquete turístico desde alguna de las ciudades principales del Delta, así que mañana martes haremos que nos lleven a Can Tho, donde nos alojaremos otro par de noches.