Domingo 16 y lunes 17 de noviembre de 2014
Nos hemos alojado dos noches
en un Homestay, una especie de casa rural, a la orilla del río Mekong, Ha
resultado baratísima, cuesta sólo 6,5€ por persona y noche con desayuno y cena
incluidos. Los comentarios del Trip Advisor le daban muy buena puntuación, así
que nos atrevimos a probarla.
Para
llegar a ella tomamos un autobús desde la estación de Mien Tay de Saigón hasta
Vinh Long, una de las ciudades del Delta del Mekong, llamado en
Vietnam el río de los nueve dragones por el número de brazos en que se dividía
el río antes de desembocar en el mar (actualmente sólo son siete). Nos
recomendaron que cogiéramos un autobús que fuera de la compañía Phuong Trang porque
las otras ofrecían vehículos pequeños y muy incómodos. Efectivamente, tuvimos
un viaje agradable en el que iba incluido un botellín de agua, una toallita
refrescante y wifi (sorprendente que, de momento,haya wifi gratis en todas
partes, incluso en el bar más pequeñito de Saigón).
El
trayecto fue bonito y mekongiano: afluentes del río, pescadores, barquitas,
arrozales… de vez en cuando dos o tres tumbas en medio de los arrozales… El
marinero se dio cuenta de que en muchos de los restaurantes que veíamos había
hamacas al lado de las mesas. Qué buena idea, ofrecer la posibilidad de una
siestecita después de la comida.
Una vez
en la estación de Vinh Long tomamos un taxi y afortunadamente se nos ocurrió
hacer que el taxista hablara con los del Homestay para saber cómo llegar hasta aquel
lugar tan aislado… había empezado a conducir en dirección contraria. Al cabo de
un rato le volvieron a llamar y le dijeron que nos dejara al lado de una
iglesia por la que estábamos pasando justo en ese momento. Nos recogerían allí.
En unos minutos apareció una mujer en moto que nos reconoció como sus
huéspedes. Iba vestida como tantas motoristas aquí a pesar del calor (de
momento la temperatura durante el día no ha bajado de los 30ºC), con chaqueta
de manga larga con capucha, mascarilla, guantes, pantalón largo y medias
(muchas chicas llevan calcetines o medias incluso con sandalias hawaianas). Como
una ha visto familias de 4 personas, e incluso de más, subidas en una sola
moto, pensé que tendríamos que ir el marinero, yo y nuestras dos mochilas en el
mismo asiento que la mujer. Menos mal que al cabo de unos segundos apareció su
marido. De todas maneras tuvimos que ir todo el camino, unos 20/30 minutos con
la mochila a la espalda (no pudimos dejarlas entre las piernas de los
conductores porque la zona ya estaba ocupada un montón de botellines de agua).
Eso hizo que sintiera continuamente que me resbalaba hacia la conductora y que
iba a hacerla caer del asiento en cualquier momento. ¡Qué tensión cuando
parecía que iba a frenar! ¡Y cuando la carretera dejó de estar perfectamente
asfaltada! ¡Y cuando esa carretera llena de baches y agujeros e convirtió en un
camino de tierra! ¡Y cuando ese camino pasó a estar cubierto de piedrecitas! ¡Y
cuando en todos esos casos nos cruzábamos con alguien y/o teníamos que tomar
una curva y/o mi conductora hablaba por el móvil!
¡Ah,
pero qué bellos los arrozales y paisajes del camino! Debían ser entre 16h y
16h30 por lo que el sol ya estaba un poco bajo y el efecto sobre el agua era precioso.
Nota: Aquí
los niños pequeños no se acercan corriendo a saludar alegremente como en
África.
Teníamos la esperanza de que al llegar a la casa
hubiera alguien que hablara inglés, pero ninguno de los miembros de la familia
que la atiende hablaba nada que no fuera vietnamita. Curioso que uno se desespere a veces cuando no le
entienden y proteste porque esta gente no
habla nada, cuando somos nosotros los que no hablamos su idioma… y precisamente
los españoles no podemos quejarnos de que otros no hablen o entiendan mucho
inglés porque nosotros somos terribles con los idiomas.
Cuando la hija de 13 años
llegó del colegio fue cuando pudimos comunicarnos mínimamente. Al final de la
noche la abuela se lanzó también a utilizar las pocas palabras del inglés que
dice que aprendió en su día y que había conseguido no olvidar.
En la
primera cena que tomamos en la casa, la abuela nos enseñó, además de cómo combinar
correctamente los contenidos de los diferentes cuencos, qué son esos plásticos
circulares o cuadrados que nos sorprendieron tanto cuando los dejaron sobre la
mesa. Son papel de arroz. Uno, tal
cual, sirve de base, el otro se humedece en agua para reblandecerlo y se coloca
sobre el primero. Sobre ellos, en nuestro caso, pusimos 3 tipos de verdura
fresca (una especie de espinacas algo agrias, una parecida a la lechuga y otra
que era como cebollino) y una cocida en pequeñas tiras (¿nabo?), las enrollamos
en ambos papeles y mojamos los rollitos en una salsa ligeramente picante que contenía
ajo y chile. ¡Los famosos rollitos de papel de arroz! Lo que se deben reír de
nosotros cuando nos ven indefensos ante tantas novedades.
En la
segunda cena comimos creps rellenos de fideos y gambitas a las que les dejan
media cáscara. Pensé que no podría comerlos sin quitar, incómodamente, trocitos
de cáscara de gamba cada dos por tres, pero resultó que hay que coger parte de
esos creps y enrollarlos en un par de hojas de verdura crujiente y mojarlos de
nuevo en la salsa de ajo y chile; al masticar el conjunto no se nota la
cáscara, posiblemente el crujir de la verdura ayuda. Interesante combinación.
Lo que
me resultó curioso es que de postre, además de frutas (plátanos, que aquí son
pequeñísimos, chom choms, una especie de lichis, y otra fruta cuyo nombre no
recuerdo que tenía un sabor entre manzana, albaricoque y zanahoria, con unos sorprendentes
pinchos alrededor del hueso), nos ofrecían siempre almendras. No sé si será
algo común o una debilidad de la familia. En el paquete leí que eran de
California… Tienen nos ofrecieron algo como unas tortitas de arroz inflado
enormemente con caramelo que me encantaron.
Lo mejor de la casa, aunque al
principio nos asustó un poco, fue que estuviera tan alejada de todo. De esta
manera hemos podido conocer en parte cómo se vive realmente, de la pesca, de
los arrozales, en esta zona del Mekong.
El lunes
17 de noviembre hubiéramos querido ir al mercado de Cai Be y a la isla de An
Binh, pero como hasta el día siguiente no nos podrían haber acompañado (y no
había otra manera de ir), decidimos relajarnos y disfrutar de los alrededores.
A las 7h desayunamos (un huevo frito al que le podíamos añadir chile y salsa de
soja, y una pequeña baguette (herencia de los franceses cuando ocuparon
Indochina) y café y/o té), a media mañana, la vecina nos invitó a tomar té y a
mostrarnos qué tipo de artefacto utilizaban para pescar justo en frente de su
casa. Nuestros anfitriones también pescaban desde el jardín de su casa, pero de
dos maneras distintas (directamente red, sin artefacto, y trol). A las 11h30
comimos (lo sé, prontísimo), y de 13 a 15h fuimos en bici a recorrer
la zona. Fue un paseo delicioso. Paramos en una tienda-bar para hidratarnos y
descansar un poco. Fuimos toda una atracción. Los locales se hicieron fotos con
nosotros, nos pidieron nuestro número de teléfono. A mí me tocaban los brazos,
señalaban mi piel como si fuera muy blanca y mi nariz, como… si les gustara,
por ser ellos tan chatos. Creían que no les gustaban que por eso nos llaman a
los occidentales narices grandes. Hacía las 16h30 pensábamos que el abuelo
nos iba a llevar en barca por el Mekong, pero simplemente nos llevó un par de
veces arriba y abajo por el canal que tenía en frente de su casa y que parecía
que no tenía salida a ningún afluente. Una vez lo hicimos a remo, otra con
motor. Parece que si queremos navegar por el Mekong tendremos que contratar un
paquete turístico desde alguna de las ciudades principales del Delta, así que
mañana martes haremos que nos lleven a Can Tho, donde nos alojaremos otro par
de noches.