viernes, 5 de diciembre de 2014

Hoi An (Viaje en el tiempo y pomelos)



Miércoles 26 – Sábado 29 de noviembre de 2014
¡Qué miedo, va a ser un avión de hélices el que cruce la frontera entre Camboya y Vietnam y nos lleve de Siem Reap al aeropuerto de Da Nang! El marinero me tranquiliza: en Islandia utilizan este tipo de avionetas en los vuelos domésticos para poder controlar mejor el aparato en situaciones tempestuosas; además, añade, si una hélice se estropea, se puede volar perfectamente con la otra.
En el aeropuerto de Da Nang nos espera el chófer, que en los días siguientes vemos que tiene tareas múltiples, de la lujosa villa de 6 habitaciones en la que pasaremos al menos tres noches al incomprensible precio de 13€ por noche (y habitación). Pensamos que debía haber llovido mucho los días anteriores a nuestra llegada porque los precios de los vuelos a Da Nang y los hoteles de la zona de Hoi An, estaban muy rebajados, sin embargo, nos encontraremos con un habitante de la zona que nos informará de que, al contrario, están pasando por una temporada inusualmente seca.
En el jardín de este alojamiento (situado a las afueras de Hoi An y al incio de la aldea de Tranh An, conocida por dedicarse a la cerámica y que, además del habitual mercado, tiene un atractivo paseo siguiendo el curso del rio), dejan sueltos al gallo y a las gallinas por la mañana y al enorme y peludo perro blanco que parece uno de los leones que guardan las entradas de tantos edificios orientales, por la noche.
Es el primer lugar en el que nos hemos alojado que tiene toque de queda. A las doce de la noche, en casa. Además advierten que no debemos ir con los niños locales de aquí para allá, especialmente por las tardes, porque tienen que ir al colegio y aprender sus lecciones. Nota tomada.

Da Nang debe ser el paraíso de los masajes de pies; al atravesar la ciudad hemos visto casi tantos carteles luminosos anunciando karaokes como este tipo de servicio podal. Uno de esos anuncios señalaba la zona de parking de uno de estos locales y, por lo monumental del rótulo, tan largo como seis de las plantas del edificio en el que estaba colgado, el establecimiento debía ser enorme.

Pero hablemos de Hoi An, posiblemente la ciudad más bonita de Vietnam y, además, un paraíso para los compradores de ropa y souvenirs. Afortunada o desafortunadamente no soy dada a consumir ninguna de estas dos cosas, aunque, de todas maneras poco espacio libre ofrecen nuestras mochilas, si no, no me querría ir de aquí. El centro de la ciudad parece un parque temático, está lleno de preciosos edificios que mezclan características de Vietnam, China y Japón; el interior de muchos de ellos puede visitarse. Pero la ciudad no es sólo conocida por el fantástico viaje en el tiempo que ofrece sino por la ingente cantidad de sastres que la pueblan, es decir por ofrecer cualquier tipo de prenda ¡y de calzado! hecho a medida. Según dicen, los precios son muy económicos. No tuvimos el gusto de comprobarlo, aunque alrededor del mercado los dedicados a estos negocios se peleasen por intentar llevarnos a sus tiendas.

Probamos varios platos de la gastronomía local: Tres tipos distintos de platos de fideos de arroz algo más gruesos que los del sur, dos de ellos (Mi Cau) como desayuno, y que preferiríamos haber probado a otra hora del día; el otro, Cao Lau, con crujientes cortezas de cerdo entre otros ingredientes, para cenar; comimos también riquísimos Wontons, deliciosos Cha Giò, rollitos crujientes con una textura exterior muy distinta a los que conocíamos y que posiblemente no sean exclusivos de la zona, aunque sí lo sea la receta familiar de la que presumía el local donde los degustamos. Tampoco debe ser una delicia distintiva de la ciudad, pero merece destacarse, el exquisito pargo (snapper) asado sobre hoja de banana con salsa de limón. Para mí la estrella ha sido, no la Banh Bao (Rosa Blanca), una especie de delicados raviolis en forma de flor y rellenos de gambas, sino la salsa con que los acompañaron en el primero de los dos restaurantes donde las comimos, un sencillo bar familiar a la orilla del río Thu Bon. Nos dieron la receta, lo siento, sólo los ingredientes, no las proporciones: salsa de pescado (la venden preparada), limón, azúcar y agua. Iba adornada con tres rodajitas de chile rojo.  ¡Ultramundana!

Como se ha podido apreciar, los ríos nos siguen acompañando en este viaje, y me han hecho descubrir que mi casa ideal no tiene que tener sólo vistas al mar y a la montaña, sino también un río con cuya corriente poder meditar. Dudo entre corriente caudalosa que ayude a alejar pensamientos negativos al mirarla y corriente ligera y tintineante que masajee el alma al escucharla.
El marinero ya se ha imaginado varias veces viviendo por estos lares y saliendo a pescar con los locales. ¿Y yo? ¿Qué podría hacer aparte de escribir un blog entre río, mar y montaña?

Si Hoi An es encantadora y transportadora de día, de noche es realmente otro mundo. De día se ven las calles decoradas con farolillos chinos de distintos colores. De noche es incomparable ver esos farolillos encendidos iluminando las calles y los comercios, aunque se ayuden de algún que otro fluorescente. A este encanto singular, hay que añadir que se trata de una zona de playa y, como comprobamos el viernes 28, se puede pedalear cómodamente hasta varias de ellas. En la primera, Cua Dai, si se come en uno de los chiringuitos que rivalizan por atraer a los visitantes, las tumbonas de la playa resultan gratis.
Después de comer y descansar en la zona un par de horas, fuimos hasta la siguiente playa, An Bang, la que según la guía de Lonely Planet de 2012 era una de las mejores playas de Vietnam. Deben haber leído la guía muchos turistas desde entonces… porque la han (hemos) abarrotado y le han (hemos) sustraído el encanto que posiblemente tuvo alguna vez. Una pena.
Otra pena fue que no nos diéramos cuenta, hasta al cabo de varios pedaleos de sonido crujiente, de que estábamos pasando con la bici sobre un trozo de carretera que estaba siendo utilizando como secadero de minigambas. Sorry!
Cuando nos dirigimos a esas playas en las bicicletas que nuestro hotel nos ofrecía gratuitamente, no encontramos casi nada de tráfico. Eran las 12h y quizás la mayoría de vietnamitas estaba disfrutando de su pausa para comer (recordemos que suelen comer hacia las 11h30), pero a nuestra vuelta, hacia las 16h30, pudimos disfrutar a la vez que sufrir, reírnos de stress a la vez que sudar de alivio, al tener que pedalear entre motos, bicicletas y coches que aparecían por todos lados, yendo en la correcta dirección, pero también en la contraria. Como se deduce por estas líneas, sobrevivimos.

Aquí en Hoi An es donde por primera vez:

·         …hemos visto a estas viejecitas típicas que, además del sombrero vietnamita, llevan un pequeño puro en la boca. Debe ser por este tipo de tabaco que algunas parece que tengan negros los pocos dientes que les quedan y otras, los labios mal pintados de gloss rojizo.

·         …han llamado al marinero Happy/Lucky Buda, por la barriga que desde hace unos meses ha empezado a redondeársele. Desde entonces él usa esta definición de sí mismo para hacer reír a los locales, que cogen confianza enseguida y le tocan el vientre. Son muy tocones los vietnamitas, incluso más que los latinos, y muy cariñosos en general. Da la sensación de que los empleados de los hoteles le conozcan a uno de toda la vida y que se preocupen verdaderamente por cómo hemos dormido y comido, por cómo ha ido nuestro día, tanto o más de lo que lo haría la más cariñosa de las madres… y esto inquieta un poquito.

·         …hemos disfrutado de servilletas del tan añorado tamaño europeo… aunque sólo sean de una sola y delgada hoja.
                                      
·         …hemos probado el pomelo de estas tierras. Aquí sí que me gusta esta fruta, sólo tiene un puntito agrio y es más bien dulce. Un nuevo y sencillo ejemplo que demuestra que no hay que moverse por el mundo con ideas preconcebidas.