domingo, 7 de diciembre de 2014

Hanoi (Estrépito insolente y la sonrisa más dulce)



Domingo 30 de noviembre y miércoles 3 de diciembre de 2014 (antes y después de la excursión de dos días a la Bahía de Halong)

Llegamos a nuestro hotel en Hanoi pasadas las 23h del 29 de noviembre. Creo que en un post anterior comenté que había que tener cuidado al reservar habitaciones porque muchas de ellas no tenían ventana. La de este hotel la tiene, pero con vistas a una pared. Hemos aprendido por tanto que lo que hay que solicitar es que la habitación tenga vistas (Sin embargo hay comentarios en la red sobre algunos hoteles que venden tal o cual vista desde la habitación o terraza… y aquéllas sólo se distinguen si uno se sitúa estratégicamente en algún punto de ellas…)

Hanoi, la capital de la República Socialista de Vietnam, donde de nuevo nos choca conocer cómo funciona un país comunista. Ya nos habían dicho que el Estado no ofrecía educación gratuita, pues resulta que la sanidad tampoco lo es, sólo para los niños hasta seis años (en este país sólo se permiten tener dos niños por pareja, si se tienen más, hay que pagar muchísimo) y para los mayores (aún tengo que averiguar a partir de qué edad uno es mayor en Vietnam).

Hanoi, nombre que significa, la ciudad en medio del río, el Río Rojo. Es sin embargo la única ciudad en la que no hemos visto que el río esté aprovechado para que los ciudadanos y visitantes paseen a sus orillas.

Hanoi,  una ciudad de estrepito insolente que intenta apaciguar con varios espacios verdes con lagos incluidos. El lago más cercano al barrio antiguo, el Hoan Kiem, es muy agradable de rodear. La mañana del domingo 30 de noviembre la zona estaba llena de familias y jóvenes paseando, haciéndose fotos, tomando algo en alguno de las cafeterías que ofrecen poquísimas sillas en comparación con la gente que por allí había; de estudiantes que practicaban su inglés encuestando a los turistas sobre su viaje a Vietnam; de estudiantes que, poniendo en práctica un proyecto ecológico, recogían la basura que encontraban en el parque; de parejas de recién casados y prometidos haciéndose fotos profesionales. Las prometidas, vestidas con el traje tradicional Ao Dai (que también se suele utilizar a menudo como uniforme entre, por ejemplo, las masajistas, recepcionistas de hotel y estudiantes). Me encanta: pantalón de talle alto y túnica hasta las rodillas con sugestivos cortes laterales desde un centímetro por encima de la cintura del pantalón (delicado centímetro delator de michelines para aquellas occidentales que compren estos trajes como recuerdo o para utilizarlos como disfraz en Carnaval, y que no sean tan estilizadas como suelen serlo las vietnamitas, sobre todo las jóvenes).

Hanoi, la ciudad que nos enseñó que los refrescantes 22ºC matinales que disfrutamos en el sur, en Can Tho, y en el centro de Vietnam, en Hoi An, puede llegar a convertirse en la máxima de un día frío de invierno vietnamita que amanece con 16ºC, como los que nos hicieron abrigarnos la mañana del 3 de diciembre. Los vietnamitas del norte han sacado ya de sus armarios, abrigos, bufandas y plumas.

Hanoi nos hace ser de nuevo conscientes de que es un pecado caer en la comida occidental cuando uno está en un país con una cocina tan variada y sabrosa. Ni siquiera es necesario pagar un precio europeo por una buena comida vietnamita, en cualquier pequeño local es lo que uno va a encontrar. Pecamos cuando en el aeropuerto de Da Nang cedimos al deseo de probar, sólo una vez, una pizza lo más parecida a la de pepperoni que pudiéramos encontrar, qué comida tan grotesca la que nos sirvieron al lado de las delicatessen vietnamitas o de las verdaderas pizzas italianas. Pecamos de nuevo en la capital cuando probamos las hamburguesas de la cadena Lotteria. Yo quise evitar cometer un crimen de primer grado pidiendo una hamburguesa de pinta rarísima y blanca que posiblemente fuera de pan de arroz, pero nos dijeron que ya no les quedaban, así que acabé pecando a lo grande con una (apetitosa) doble hamburguesa de queso. Llamadme condescendiente, pero las transgresiones durante los desayunos no sólo no me parecen tan graves sino necesarias.
Como Óskar llevaba unos días algo tocado del estómago (¿desde que comió la pizza?), no pudimos ir la última noche en Hanoi, como habíamos previsto, a probar el rape marinado con jengibre azul, azafrán, arroz fermentado y salsa de pescado, el único plato que se ha servido en un restaurante de Hanoi durante más de cien años. No logro encontrar el nombre del local, pero se encuentra en la cortísima calle Cha Ca.
Encontramos por casualidad una callejuela en la capital, llamada como el gran mercado de Dong Xuan, que servía todo tipo de platos cocinados en el momento con una pinta riquísima. Qué pena que no tuviéramos hambre en ese momento, hubiera sido el lugar ideal para atrevernos con la cocina callejera. Pedimos algo para beber en uno de los locales y, durante la buena media hora que pasamos observando la común vida gastronómica local, no vimos a ningún turista pasar por allí e, increíblemente, tampoco oímos el frenético tráfico que había a pocos metros. Un oasis.

Hanoi, ruidosa y caótica. Hay una competición entre los extranjeros por quién prefiere Saigon y quién Hanoi. Al percibir el shock auditivo de la segunda, pensé que Saigón sería mi escogida, pero tras pasear por un par de calles del barrio francés y por un par de sus zonas verdes, creo que voy a quedarme con Hanoi. Empiezo a reconocer lo que cuentan las guías de la capital, esa interesante mezcla entre lo tradicional y lo moderno que la hace de algún modo atractiva, aunque sea, insisto, estridente; vendedoras con sombrero vietnamita que parece que se desplacen bailando de puntillas al ritmo que les marca el cimbreante bambú cargado al hombro, en cuyos extremos cuelgan sendas cestas con, sobre todo, frutas y verduras. Van y vienen por las calles arboladas, al estilo del colonizador francés, que conservan los nombres de los gremios que hace siglos las ocupaban, como las del Born barcelonés.

¿Cuántas veces dirá un turista no al día en esta ciudad en la que no cesan de pasar vendedores de gorras, mecheros, buñuelos, fruta, etc. ofreciéndole a uno las mismas mercancías una y otra vez?
Me arrepiento de no haber tomado una foto de una viejecita que nos invitó amablemente a comprarle alguna fruta con un delicado movimiento de su mano y la sonrisa más dulce del mundo. Espero que justo por no haberle hecho la foto, que quién sabe si hubiera captado el candor y magia de su sonrisa, su imagen se quede impresa para siempre en mi mente y corazón. Me los atravesó. Me hipnotizó. De mayor, quiero llegar a conseguir esa sonrisa.

Otros que sonríen, pero más estrambóticamente (o así lo quisieron ver mis ojos), son los que fuman hangga. son muchos los bares de la capital que tienen a libre disposición grandes pipas de bambú y ese tipo tabaco. No he logrado saber qué es, pero como mucho debe ser una droga bastante blanda.

Por cierto, ¿dónde llevaran estos callejoncitos por los que apenas cabría una persona y de los que ni siquiera nos habríamos dado cuenta si no se hubieran metido por ellos algún que otro motorista?

Fuimos a ver el Water Puppet Show, el espectáculo de marionetas de agua. Marionetas de figuras humanas, animales y criaturas míticas que, deslizándose grácilmente por un piscina-escenario, cuentan catorce historias acompañados por músicos que tocan y canta en directo. Es un espectáculo divertido, quizás algo infantil y muy valioso culturalmente porque mantiene viva una tradición de hace al menos diez siglos. Según se dice, originalmente el espectáculo se representaba en lagos, estanques o arrozales inundados.
De nuevo el arroz, qué básico es para estas tierras. Incluso comentan que el saludo vietnamita equivalente a un qué tal nuestro significa ¿has comido arroz hoy?

viernes, 5 de diciembre de 2014

Hoi An (Viaje en el tiempo y pomelos)



Miércoles 26 – Sábado 29 de noviembre de 2014
¡Qué miedo, va a ser un avión de hélices el que cruce la frontera entre Camboya y Vietnam y nos lleve de Siem Reap al aeropuerto de Da Nang! El marinero me tranquiliza: en Islandia utilizan este tipo de avionetas en los vuelos domésticos para poder controlar mejor el aparato en situaciones tempestuosas; además, añade, si una hélice se estropea, se puede volar perfectamente con la otra.
En el aeropuerto de Da Nang nos espera el chófer, que en los días siguientes vemos que tiene tareas múltiples, de la lujosa villa de 6 habitaciones en la que pasaremos al menos tres noches al incomprensible precio de 13€ por noche (y habitación). Pensamos que debía haber llovido mucho los días anteriores a nuestra llegada porque los precios de los vuelos a Da Nang y los hoteles de la zona de Hoi An, estaban muy rebajados, sin embargo, nos encontraremos con un habitante de la zona que nos informará de que, al contrario, están pasando por una temporada inusualmente seca.
En el jardín de este alojamiento (situado a las afueras de Hoi An y al incio de la aldea de Tranh An, conocida por dedicarse a la cerámica y que, además del habitual mercado, tiene un atractivo paseo siguiendo el curso del rio), dejan sueltos al gallo y a las gallinas por la mañana y al enorme y peludo perro blanco que parece uno de los leones que guardan las entradas de tantos edificios orientales, por la noche.
Es el primer lugar en el que nos hemos alojado que tiene toque de queda. A las doce de la noche, en casa. Además advierten que no debemos ir con los niños locales de aquí para allá, especialmente por las tardes, porque tienen que ir al colegio y aprender sus lecciones. Nota tomada.

Da Nang debe ser el paraíso de los masajes de pies; al atravesar la ciudad hemos visto casi tantos carteles luminosos anunciando karaokes como este tipo de servicio podal. Uno de esos anuncios señalaba la zona de parking de uno de estos locales y, por lo monumental del rótulo, tan largo como seis de las plantas del edificio en el que estaba colgado, el establecimiento debía ser enorme.

Pero hablemos de Hoi An, posiblemente la ciudad más bonita de Vietnam y, además, un paraíso para los compradores de ropa y souvenirs. Afortunada o desafortunadamente no soy dada a consumir ninguna de estas dos cosas, aunque, de todas maneras poco espacio libre ofrecen nuestras mochilas, si no, no me querría ir de aquí. El centro de la ciudad parece un parque temático, está lleno de preciosos edificios que mezclan características de Vietnam, China y Japón; el interior de muchos de ellos puede visitarse. Pero la ciudad no es sólo conocida por el fantástico viaje en el tiempo que ofrece sino por la ingente cantidad de sastres que la pueblan, es decir por ofrecer cualquier tipo de prenda ¡y de calzado! hecho a medida. Según dicen, los precios son muy económicos. No tuvimos el gusto de comprobarlo, aunque alrededor del mercado los dedicados a estos negocios se peleasen por intentar llevarnos a sus tiendas.

Probamos varios platos de la gastronomía local: Tres tipos distintos de platos de fideos de arroz algo más gruesos que los del sur, dos de ellos (Mi Cau) como desayuno, y que preferiríamos haber probado a otra hora del día; el otro, Cao Lau, con crujientes cortezas de cerdo entre otros ingredientes, para cenar; comimos también riquísimos Wontons, deliciosos Cha Giò, rollitos crujientes con una textura exterior muy distinta a los que conocíamos y que posiblemente no sean exclusivos de la zona, aunque sí lo sea la receta familiar de la que presumía el local donde los degustamos. Tampoco debe ser una delicia distintiva de la ciudad, pero merece destacarse, el exquisito pargo (snapper) asado sobre hoja de banana con salsa de limón. Para mí la estrella ha sido, no la Banh Bao (Rosa Blanca), una especie de delicados raviolis en forma de flor y rellenos de gambas, sino la salsa con que los acompañaron en el primero de los dos restaurantes donde las comimos, un sencillo bar familiar a la orilla del río Thu Bon. Nos dieron la receta, lo siento, sólo los ingredientes, no las proporciones: salsa de pescado (la venden preparada), limón, azúcar y agua. Iba adornada con tres rodajitas de chile rojo.  ¡Ultramundana!

Como se ha podido apreciar, los ríos nos siguen acompañando en este viaje, y me han hecho descubrir que mi casa ideal no tiene que tener sólo vistas al mar y a la montaña, sino también un río con cuya corriente poder meditar. Dudo entre corriente caudalosa que ayude a alejar pensamientos negativos al mirarla y corriente ligera y tintineante que masajee el alma al escucharla.
El marinero ya se ha imaginado varias veces viviendo por estos lares y saliendo a pescar con los locales. ¿Y yo? ¿Qué podría hacer aparte de escribir un blog entre río, mar y montaña?

Si Hoi An es encantadora y transportadora de día, de noche es realmente otro mundo. De día se ven las calles decoradas con farolillos chinos de distintos colores. De noche es incomparable ver esos farolillos encendidos iluminando las calles y los comercios, aunque se ayuden de algún que otro fluorescente. A este encanto singular, hay que añadir que se trata de una zona de playa y, como comprobamos el viernes 28, se puede pedalear cómodamente hasta varias de ellas. En la primera, Cua Dai, si se come en uno de los chiringuitos que rivalizan por atraer a los visitantes, las tumbonas de la playa resultan gratis.
Después de comer y descansar en la zona un par de horas, fuimos hasta la siguiente playa, An Bang, la que según la guía de Lonely Planet de 2012 era una de las mejores playas de Vietnam. Deben haber leído la guía muchos turistas desde entonces… porque la han (hemos) abarrotado y le han (hemos) sustraído el encanto que posiblemente tuvo alguna vez. Una pena.
Otra pena fue que no nos diéramos cuenta, hasta al cabo de varios pedaleos de sonido crujiente, de que estábamos pasando con la bici sobre un trozo de carretera que estaba siendo utilizando como secadero de minigambas. Sorry!
Cuando nos dirigimos a esas playas en las bicicletas que nuestro hotel nos ofrecía gratuitamente, no encontramos casi nada de tráfico. Eran las 12h y quizás la mayoría de vietnamitas estaba disfrutando de su pausa para comer (recordemos que suelen comer hacia las 11h30), pero a nuestra vuelta, hacia las 16h30, pudimos disfrutar a la vez que sufrir, reírnos de stress a la vez que sudar de alivio, al tener que pedalear entre motos, bicicletas y coches que aparecían por todos lados, yendo en la correcta dirección, pero también en la contraria. Como se deduce por estas líneas, sobrevivimos.

Aquí en Hoi An es donde por primera vez:

·         …hemos visto a estas viejecitas típicas que, además del sombrero vietnamita, llevan un pequeño puro en la boca. Debe ser por este tipo de tabaco que algunas parece que tengan negros los pocos dientes que les quedan y otras, los labios mal pintados de gloss rojizo.

·         …han llamado al marinero Happy/Lucky Buda, por la barriga que desde hace unos meses ha empezado a redondeársele. Desde entonces él usa esta definición de sí mismo para hacer reír a los locales, que cogen confianza enseguida y le tocan el vientre. Son muy tocones los vietnamitas, incluso más que los latinos, y muy cariñosos en general. Da la sensación de que los empleados de los hoteles le conozcan a uno de toda la vida y que se preocupen verdaderamente por cómo hemos dormido y comido, por cómo ha ido nuestro día, tanto o más de lo que lo haría la más cariñosa de las madres… y esto inquieta un poquito.

·         …hemos disfrutado de servilletas del tan añorado tamaño europeo… aunque sólo sean de una sola y delgada hoja.
                                      
·         …hemos probado el pomelo de estas tierras. Aquí sí que me gusta esta fruta, sólo tiene un puntito agrio y es más bien dulce. Un nuevo y sencillo ejemplo que demuestra que no hay que moverse por el mundo con ideas preconcebidas.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Siem Reap (Angkor y los bucles temporales)


                                                                             
Domingo 23 – miércoles 26 de noviembre de 2014

El sábado 22 habíamos reservado un ticket en un minibus VIP para ir al día siguiente desde Phnom Penh a Siem Reap. Nos recomendaron este tipo de vehículo porque al estar reparando las carreteras hasta nuestro destino (¡pobres casas y negocios y gentes del camino, todos cubiertos por el polvo rojo de la tierra de las futuras carreteras!) evitaríamos botar tanto durante el trayecto yendo en un vehículo más pequeño que un autocar standard. Nos recogerían a las 07h30 y el minibus saldría a las 08h.
A las 07h bajamos a desayunar y empezó a llover tropicalmente. Como confiábamos en que los camboyanos serían tan puntuales como los vietnamitas y a las 07h35 no nos había venido a recoger nadie, pedimos a la recepción del hotel del que acabábamos de hacer el check out que por favor llamase a la compañía de minibuses y averiguase si todo estaba bajo control. No lo estaba. Nos dijeron que no podían venir a recogernos y que tomásemos un tuk-tuk (moto con carro, habitualmente para un máximo de 4 pasajeros occidentales pero que puede llenarse de incontables pasajeros locales, que es tan común en Camboya y otros países de Asia para trayectos no demasiado largos) hasta sus oficinas. Ellos pagarían al conductor. Con el diluvio que caía, el tuk-tuk que estaba resguardado, en la acera de enfrente del hotel tardó casi 10 minutos en preparase para conducir bajo la lluvia. No me asusta que los tuk-tuks vayan como locos o en dirección contraria a la del tráfico, pero odio que vayan lentos porque quiere decir que el conductor duda de estar yendo por el camino correcto. Llegamos a la oficina de minibuses a las 07h59… y no perdimos el transporte contratado, ya que había sufrido una avería y no salió hasta al cabo de una hora.

El trayecto fue interesante etnográficamente hablando: campesinos trabajando con ayuda de búfalos los campos de arroz, separadores de la paja y el cereal del arroz, secaderos y empaquetadores de este cereal, portales que quizás ofrecían entrada (y salida) a aldeas jemeres, algún que otro palacio (o templo)... La mayoría de las casas estaban construidas sobre postes para defenderse de las lluvias torrenciales en la estación húmeda. Ahora estamos en la estación seca, así que utilizan el espacio bajo las casas como trastero, cobijo del sol para dormir sus siestas de hamaca…
Parece que en Camboya jugar al volleyball es más popular que hacerlo al fútbol. Sin embargo hemos visto aquí más camisetas del Barça que en Vietnam (donde no hemos visto de momento jugar ni al volleyball ni al fútbol). Del Madrid aún no hemos visto ninguna camiseta en ninguno de los países. Curioso que en África se vean decenas de ambos equipos a diario.

Llegamos a nuestro hotel tras unas seis horas de minibús y unos cinco minutos de tuk-tuk. Sabíamos que nuestro hotel no estaba en el centro de Siem Reap, así que aceptamos pagar al conductor del tuk-tuk algo más de lo que habíamos leído que era normal porque éste nos dijo que el hotel estaba muy lejos. Aquí el muy lejos hay que analizarlo siempre. Que un hotel esté a cinco minutos del centro no merece un 50 o 100% más de la habitual tarifa de transporte. Que Angkor Wat esté muy lejos del hotel y se recomiende a los turistas no ir en bici a pesar de que la guía Lonely Planet indique que es perfectamente posible y que es el medio que escogen muchos turistas para recorrer la zona de templos más grande del mundo, no es realmente estar lejos. Que los tuk-tukeros intenten llevarte a una aldea flotante que está más cerca que otra que está muy lejos y que resulte que la opción tan lejana esté a sólo 10 kilómetros de la más cercana, no es estar muy lejos cuando el total de kilómetros acaban siendo 35. De acuerdo, no es lejos para nosotros los occidentales que solemos recorrer distancias mayores para ir cada día a trabajar; sí lo puede ser para un tuk-tuk que está a punto de caerse a pedazos (me gustaría saber que piensa Coco de Barrio Sésamo sobre el tema). Al marinero le sorprende sin embargo no haber visto aún ninguno estropeado cuando recuerda que en sus años mozos él y sus amigos debían reparar sus motos cada dos por tres.

La tarde del domingo la pasamos relajándonos en el agradable jardín con piscina del hotel. Incluso cenamos allí. El restaurante del hotel tenía buenas críticas sobre la comida local que ofrecían. Podemos corroborarlas, pero lo que no me gustó es que al pedir un plato con tofu precisamente para comprobar cómo cocinaban ese alimento en estas latitudes, me trajeran una combinación de todos los ingredientes que aparecían en la descripción de la carta… con la excepción del tofu. ¿Y el tofu? Lo siento, no tenemos tofu. Esta vez me quedé sin tofu, pero debo reconocer que el resto de ingredientes en salsa agridulce resultaron deleitables.

El día siguiente nos lo tomamos también como un día de relax y simplemente vagamos tanto de día como de noche por la ciudad de Siem Reap, que tiene un agradable paseo (estos días con exposición fotográfica) a las orillas (con hierba) de su río y un centro bullicioso y llenísimo de turistas y de bares y restaurantes para turistas. Es tan exagerada la oferta que una de sus calles se llama (no la llaman, se llama) Pub Street. Vaya, también vimos jovencitas con extranjeros mayores…
El mercado, como siempre, fue interesante para ojos occidentales.
En este pueblo nos hemos encontrado con una manera más efectiva de pedir limosna: una madre te pide leche en polvo para poder dar de comer a su hijito, al que lleva en brazos. Te acompaña a una tienda… y prueba a pedirte que le compres el bote más grande y caro, en nuestro caso uno que costaba 25$. ¡Toma ya super-limosna! Uno no puede hacer otra cosa que colaborar, ¿quién puede negarle comida a un bebé?, así que acaba por comprarle uno de los pequeños.

Sería divertido probar uno de esos restaurantes con mesas colgadas del techo y columpios como bancos en los que sentarse a lo indio (americano) para comer.
Hay bastantes pizzerías donde puedes pedir tu pizza favorita, pero happy, feliz... es decir, condimentada con marihuana. No la probamos. Nos asustaron tres jóvenes con los que coincidimos en el Mekong Homestay al decirnos que colocaba muy mucho muchísimo.
Lo que nos llevó a otro tipo de éxtasis fue el masaje a cuatro manos que nos regalamos. Lo disfrutamos los dos a la vez. El precio nos pareció barato comparado con los europeos, pero nada que ver con los de los masajes de 30 minutos por 2$ (aproximadamente 1,60€) que vimos ofertados en la zona de los mercados nocturnos del pueblo. ¡Incomparable! ¿Inmejorable?
En teoría el nuestro nos lo iban a dar unas chicas ciegas, blind massage with seeing hands, que nos habían dicho que es muy común en Camboya y que vimos anunciado en muchos lugares en Phnom Penh, pero, o hubo algún malentendido por nuestra parte o los del hotel se centraron en lo del masaje a cuatro manos y obviaron los detalles, porque las cuatro chicas que nos atendieron parecían ver perfectamente. Una era un poco bizca, pero no creo que eso cuente…

El martes 25 fue el esperadísimo día en que vimos los tres templos más conocidos de Angkor, la Octava Maravilla del Mundo. Me sorprendió que, cuando llegamos nosotros, no hubiera nadie en la cola para comprar la entrada de un día, y que sin embargo hubiera largas hileras de gente ante las taquillas que vendían los tickets para tres días y una semana. Quizás la mayoría pertenecía a grupos de viajes organizados, estos suelen incluir una visita de tres días.
Los templos que vimos: Angkor Wat (el templo más grande del mundo. Evitamos el Circo del Sol en el que se supone que se ha convertido verlo al amanecer), Bayon (el de las caras) y Ta Prohm (el de Tomb Rider). Los tres del siglo XII. Increíble que aún se conserven tan bien. Esperaba no poder cerrar la boca de asombro al ver el primero, pero como lo vimos a contraluz, ya nos habían advertido algunos artículos que no nos parecería tan espléndido. Lo malo es que uno no acaba de ponerse en situación en el momento de ver estas maravillas y no se da cuenta realmente de lo que significa caminar entre estos edificios de hace 9 siglos. Me pasó en Egipto. Disfruté viendo todos los templos y construcciones que visitamos, pero hasta que no llegamos a las pirámides y el guía nos dijo que lo que estaban viendo nuestros ojos también lo habían visto los ojos de Alejandro Magno, Julio Cesar y Napoleón, no sentí un escalofrío paralizante de consciencia y fascinación por el bucle temporal que acababa de ocurrir en mi cerebro. Con los templos de Angkor eché de menos ese click.
El templo de la caras, Bayon, nos gustó mucho, pero estaba llenísimo de turistas y que los lugares de paso fueran tan estrechos a veces no ayudó a disfrutar de la experiencia. Me imaginé que estar allí solo entre tantos rostros de sonrisa pétrea debía ser una experiencia trascendental.
Ta Prohm fascina aunque no se produzcan clicks trascendentales. Que la jungla haya vencido a las construcciones divinas da que pensar. La naturaleza siempre ríe la última.

Apuntes extras:
Muy agradable el olor a incienso, que vendían para hacer ofrendas, en alguno de los rincones de Angkor Wat.
Normalmente uno oye muchísimo castellano y catalán en sus viajes, pero en este, la única vez que hemos oído la primera de las lenguas ha sido en Angkor.
¡Qué calor que hizo! Tantas divinidades en la zona y ninguna quiso que lloviera un poquito para que refrescara el ambiente, a pesar del 40% de posibilidad de lluvia que mi App del tiempo indicaba.
¡Qué bueno que los tuk-tuks lleven hamacas que poder colgar en diagonal bajo el techo del carrito para que sus conductores pueden relajarse mientras esperan a que los turistas hagan las visitas acordadas.

Miércoles 26: Visita al enorme lago Tonle Sap, el más grande del sudeste asiático, y a la sugestiva aldea flotante de Kompong Phluk (sí, la que estaba tan lejos de Siem Reap). Según nos explica el conductor del tuk-tuk, que viene a navegar con nosotros (estamos solos en un barco para 10-12 personas), hace tiempo  se trataba realmente de casas flotantes que se trasladaban de lugar según la estación y/o según les conviniera. Ahora la mayoría están construidas sobre postes para poder quedarse en el mismo lugar indefinidamente. (Nota: No suelo contrastar las explicaciones que nos dan y que escribo en este blog, sobre todo porque no encuentro muchos momentos para escribir, y menos para investigar las informaciones recibidas, en los que el marinero no eche de menos mi compañía. Creo lo que me cuentan y así lo transcribo. Se aceptan correcciones y opiniones contrarias).

En estos pueblos flotantes tienen de todo sobre postes, escuelas, estaciones de policía, centros médicos, al menos un hotel (qué interesante hubiera sido pasar una noche en él, sobre todo si hubiera coincidido con la celebración (dos días) de la boda que vimos preparar) y bastantes lugares para tomar algo (desequilibradora la experiencia de utilizar el cuarto de baño flotante). El bar-restaurante más visitado posiblemente sea uno de los que ofrece paseos por un bosque inundado. Al llegar a Siem Reap y conocer la existencia de este bosque me vine abajo porque pensé que Tra Su, el lugar que me pareció el más mágico del mundo, también un bosque inundado, no era tan especial como había creído. ¡Qué pronto deja de ser único lo que uno creía tan singular! ¡Qué rápido pierden su excelencia las cosas! Pero, afortunada (o desafortunadamente) no fue así. El que visitamos el miércoles fue bello y agradable, pero sin las mágicas aguas verdes y parcialmente cubiertas de florecitas de Tra Su, por lo que éste volvió a ocupar el lugar número uno de mi lista de lugares de ensueño.

martes, 25 de noviembre de 2014

Phnom Penh (Camboya), una ciudad muy real


Sábado 22 de noviembre de 2014
¡Sorpresa, estamos en Camboya! Y sí, Phnom Penh existe y es una ciudad muy real, tanto por las fotos de la familia real de Camboya que hay por toda la ciudad como por la brutal realidad que presentan tanto los campos de exterminio (Killing Fields) como Tuol Sleng, la escuela convertida en centro de torturas durante el régimen de Pol Pot y sus jemeres rojos entre 1975 y 1979.
Las fotos del rey son inevitables, pero pude escoger no ver la locura de Pol Pot. Sé que el ser humano puede llegar a ser terrible, el más cruel y consciente de los depredadores, pero, esta vez al menos, preferí no saber hasta qué punto. Si volvemos algún día a Camboya, posiblemente tengamos que pasar por Phnom Penh y veremos si entonces mi estómago y mente tienen la suficiente fuerza para atreverse con estas bofetadas de realidad. Lo irónico es que, según parece, después de estas dos visitas uno puede ir a practicar tiro con varios tipos de armas. Surreal.

¿Y cómo hemos llegado a parar a Phnom Penh si no era este nuestro plan inicial? ¿Por qué hemos cambiado los Dongs por los Riels y el sombrero vietnamita (nón lá) por el chal jemer un día antes de lo previsto? Bien, teníamos comprado un vuelo Ho Chi Minh-Siem Reap (o como sea que se transcriba el nombre de esta ciudad: Seam Reap, Siem Riep o como mi app Weatherbug la ha reconocido, Siĕmréab), pero como era para el día 23 de noviembre (volar antes hubiera sido bastante caro) decidimos no utilizarlo y así aprovechar el tiempo viendo alguna zona más del Sur del país sin tener que volver a Saigón para coger el vuelo. Es por esto que el anterior post habla de nuestra estancia en Chau Doc y que el sábado cogimos un speed boat desde este pueblo a Phnom Penh y el domingo tomaremos un autocar desde la capital a Siem Reap.
El speed boat a Phnom Penh salió a las 7h05 en lugar de a las 7h45 como estaba previsto… porque, supongo, ya estábamos todos los guiris a bordo. Nos dieron una bolsita con dos bananitas (qué pequeñitas con son en estas tierras), un botellín de agua, unas crackers y unas cuantas de servilletas (qué finas y pequeñas, cuando las hay, son en estas tierras). El barco suele tardar, Mekong arriba, unas cinco horas, a las que tuvimos que añadir las dos horas y media que pasamos en la frontera entre Vietnam y Camboya para conseguir los visados. La espera, sin embargo, no se hizo muy larga. La primera hora la pasamos en la terraza con vistas al río del puesto fronterizo flotante, con snack-bar y servicio de cambio de divisas, donde tramitaron nuestras tarjetas de entrada; la siguiente hora y media, en unos jardines salpicados de construcciones jemeres y con un estanque del que no paraba de saltar fuera un pez que habían recién pescado en el río (el cambio de residencia no le  apetecía), donde acabaron de tramitar nuestros visados.

Phnom Penh nos pareció más moderna y limpia y menos pobre de lo que esperábamos. Esto no quiere decir que no viéramos mendigos y niños trabajando vendiendo bebida, comida, chales y libros (sí, uno también vendía libros aquí).
Había muchos extranjeros en la zona del río. De nuevo una ciudad con un agradable paseo que se llena por la noche de jóvenes, extranjeros y esta vez también de jovencitas con extranjeros. Por ser la noche de un sábado tuvimos la suerte de poder pasear por el mercado nocturno que la ciudad disfruta los fines de semana y en el que se puede comprar ropa, tomar algo exótico como un helado coreano llamado Magic Stick Ice Cream con la galleta con pinta de porra (churro) en forma de U de brazos desigualmente largos rematados con helado, o escuchar en directo, mientras se cena estilo picnic delante del escenario, a una impasable cantante entonar una canción que nos sonaba a chino acompañada de unos solos de guitarra, grabados, del estilo del mejor Santana.

Aquí hace la misma temperatura que en el Sur de Vietnam (unos 30 grados durante todo el día, exceptuando la primera hora de la mañana, cuando hemos llegado a sentir unos refrescantes 24/25ºC), pero es el primer lugar en el que me han molestado los pantalones largos, a pesar de ser ésta aún una ciudad con brisa ribereña (excepto en la capital, de momento no me he atrevido a ofender a los locales con camisetas de spaghetti lines y shorts). Se me hacía raro que a las 18h fuera ya noche oscura y la sensación de calor y humedad fuera tan intensa; en casa, una oscuridad así en noviembre sólo puede equivaler a frío.

Por cierto, qué difícil el tema de las propinas. Creo que nos hemos pasado en dar de más como en dar de menos. Cuando damos de menos es sobre todo porque las cifras de los billetes son altísimas, especialmente en Vietnam, y parece que estemos dando una burrada. Cuando hemos dado de más es porque calculamos la propina en nuestra moneda por lo que no nos parece tanto, pero ha acabado siendo a veces un 25% de lo que ha costado el servicio recibido, realmente una burrada. Así que supongo que lo mejor es calcular entre un 5 y un 10% del servicio, como suele hacerse en España, aunque parezca mucho en la moneda local y poco en Euros.


Pero volvamos a las fotos de la familia real. La estrella es el enorme retrato del Rey, Norodom Sihamoní, que hay a la entrada del Palacio Real. La vimos de noche, así que la impresión fue espectacular… como si de se tratase del anuncio luminoso de la obra de teatro más galardonada de Broadway. Señoras y Señores, con Udes. el Rey de Camboya (ver deslumbrante foto que acompaña a este blog). Es igualito al Yul Brynner de El Rey y yo. Me lo puedo imaginar perfectamente con los brazos en jarra dando instrucciones a la Deborah Kerr de turno.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Chau Doc (El bosque Tra Su, el lugar más mágico del mundo, y las noticias de las 17h)



Jueves 20 y viernes 21 de noviembre de 2014

Parece que los vietnamitas son extremadamente puntuales. El bus Saigón-Vinh Long salió exactamente a la hora. El de Can Tho a Chau Doc, nuestro próximo destino, una ciudad en la frontera con Camboya, salió 3 minutos antes porque ya estábamos todos los pasajeros dentro. El minibus que nos daba gratis el servicio  de llevarnos desde el hotel a la estación de bus de Can Tho, se fue un minuto antes de tiempo sin esperarnos, eso ya no nos gustó tanto. Menos mal que pasó otro en seguida y pudimos tomar el bus previsto. A la llegada a Can Tho, como habíamos leído por casualidad el día anterior al googlear sobre ese trayecto y esa compañía, también nos ofrecieron gratis el transfer al hotel de Chau Doc. Una pareja de extranjeros (¿alemanes? Los turistas que nos estamos encontramos son sobre todo alemanes y franceses) que nos propusieron compartir un taxi para ir al centro, alucinaron con el servicio: It’s almost too easy!

Me sorprende también la cantidad de buses que hay: Saigón-Vinh Long, cada hora; Can Tho-Chau Doc, ¡cada media hora!
En este último bus también nos dieron un botellín de agua, una toallita refrescante, pero no tenían wifi. Había un señor que iba diciendo cual era el plan de viaje, anunciando los 15 minutos de descanso para la comida, etc. Le escuchaba atentísimamente, como si pudiera llegar a entender algo.
El pasajero que se sentaba justo detrás de nuestro asiento hablaba inglés y nos iba traduciendo lo esencial. Cuando bajó en su parada nos deseó Good luck to you. ¡Majísimo!

Llegada a Chau Doc, de nuevo una ciudad ribereña. Esto del río les da a estas ciudades un encanto especial. De momento, para mí, es la que tiene el mercado más fascinante. ¡Tantos alimentos distintos a los nuestros! Pensamos en decirle a un viejecito que nos ofrecía la excursión más típica que ofrecen todos los hoteles, paseo en barca por el Mekong para visitar su mercado flotante, una piscifactoría y un pueblo de etnia cham, que en lugar de montarnos ese tour viniera con nosotros al mercado y nos explicara qué eran cada uno de esos alimentos y cómo los comían. Al final hacía demasiado calor y descartamos la idea sustituyéndola por hidratarnos tomando algo a la orilla del río y picar unos cacahuetes y unas láminas de ajo condimentadas con sal gorda y chile.
Por cierto, aquí parece que haya más gente que hable mejor inglés; también que haya más mendigos. ¿Tendrá algo que ver la situación fronteriza de la ciudad?

El viernes al mediodía nos recogieron dos motoristas con los que íbamos a pasar las siguientes cinco horas y media. De camino al primer destino, el bosque Tra Su, paramos en tres pagodas, una de ellas, mi favorita, la de la caverna, que, al principio, era una simple cueva donde se retiró una mujer para llevar una vida meditativa y que más tarde fueron ampliando. La misma mujer, según entendimos, para la que se construyó la Lady Pagoda, que está rodeada de un edificio que pasó de ser una escuela a contener todos los regalos que la gente le hace a la Lady. ¡Cuántas riquezas!

El bosque Tra Su, el santuario de los pájaros, merece un punto y aparte. Es el lugar más mágico que hemos visto nunca, si no contamos los paisajes de Islandia. Un bosque inundado, precioso, en el que viven varias clases de aves. Lo fascinante es que, al estar inundado, uno puede desplazarse por él en barca. Estoy segura de que debe haber muchas historias fantásticas, de ondinas y duendes de agua que suceden en ese bosque.
Después de ese paseo de cuento de hadas nos dirigimos a la cima de la montaña Sam, pasando por pueblecitos dedicados al cultivo y procesamiento del arroz. Desde la cumbre disfrutamos la puesta de sol sobre los campos de arroz. También fue subyugante. Un poco extraño fue sin embargo el sonido que oímos a partir de las 17h (el sol desaparece en el horizonte a las 17h30 aproximadamente). Imaginamos que eran animales, ranas quizás, pero no, nos aclaró nuestro motorista-guía que eran los altavoces de las casas y negocios de los locales que escuchaban las noticias a esa hora. ¡Ok!
El karaoke es muy popular en estas tierras. Creía que lo utilizarían grupos de amigos en ocasiones especiales, pero en el trayecto de descenso de la montaña Sam, vimos el interior de lo que parecía una casa particular, no creo que fuera un bar, en el que una mujer, de pie, cantaba muy seria ante el televisor  y el, supuestamente, marido miraba también a la pantalla sentado a su lado. No parecía un ambiente muy divertido.

Un par de apuntes:

Es difícil acostumbrarse a que cuando uno dice una frase con un no en ella, los vietnamitas contestan con un sí para darle a uno la razón, como diciendo sí, tienes razón, no es así.

El gesto que usan para decir no es prácticamente el mismo que nosotros utilizamos para decir más o menos, aunque el de ellos parece más como si estuvieran cantando la canción de los cinco lobitos.


En Vietnam no celebran el día del cumpleaños, sino los aniversarios de la muerte de los familiares. Los aprovechan para lograr reunir a toda la familia. Lo malo es que el homenajeado no lo puede celebrar con ellos.

sábado, 22 de noviembre de 2014

El Delta del Mekong (II) (Pho, fantasmas japoneses y serpiente para cenar)



Martes 18 y miércoles 19 de noviembre de 2014

El martes probé por fin, en el Homestay, el desayuno típico vietnamita, el phở, una sopa con ternera o cerdo, fideos de arroz y verdura. Me temo que, si puedo escoger, prefiero un desayuno americano o continental. Qué poco me integro en el país, ¿no?
El marinero sólo comió un par de fideos y algo de carne, así que, cuando dejó la mesa para ir a fumar, la abuela de la familia, que era la única que estaba en la casa en ese momento, se sentó frente a mí para acabar su desayuno. Hubo un par de momentos en los que nuestros ojos coincidieron de una manera muy intensa. Sonará raro, pero me sentí mirada por uno de esos fantasmas de larga melena de las películas japonesas, pero no como si mirara a través de mí, sino como si tuviera la capacidad de ver muy dentro de mí.

Hacia las 9h30 el padre y la madre de la casa nos llevaron a Can Tho. ¡Qué diferente de Ho Chi Minh! A pesar de la contaminación y el ruido a la llegada de la ciudad, nos pareció una ciudad mucho más relajada, con un ambiente ribereño e incluso vacacional. El paseo a la orilla del río me recordó al de Torrevieja.
Por la noche me encantó ver a los locales llenando ese paseo y los bares de la zona. Me sorprendió un poco porque era un día de diario y la inmensa mayoría eran adolescentes, tanto parejas como grupos de amigos. Disfruté también viendo que los jóvenes llenaban las terrazas de los bares del Distrito 1 de Saigón la noche del sábado. Deben ser los adolescentes de familias ricas, porque según nos explicó el guía que tuvimos la mañana del miércoles en nuestro paseo en barca por el Mekong, la educación no es gratuita (¡¿qué clase de comunismo/socialismo es este?!) y, desde muy jovencitos, los vietnamitas cuyas familias no pueden pagarles el instituto y la universidad, tienen que trabajar para pagársela ellos mismos.

La excursión que contratamos por el río fue privada, para nosotros solos, y duró unas 6 horas, desde las 5h30 de la mañana (sí, tocó madrugar) hasta las 11h30. Visitamos el mercado flotante de Cai Rang, el mayor del Mekong (que no me pareció tan enorme como me había imaginado, quizás faltaban todos los turistas que llegan más tarde procedentes de las zonas de alrededor o incluso de viajes organizados desde Saigón), seguimos con el de Phong Dien, que dicen que es el mejor por ser más local y sin tantas barcas a motor. Después de desayunar, piña en el primero y mangos en el segundo, donde también paramos en un bar flotante para tomar un café con leche condensada, como lo toman muchos vietnamitas, continuamos navegando por uno de los canales del Dragón de los nueve brazos. Esta fue la mejor parte del viaje, la que nos pareció más bonita, relajante y transportadora. Estábamos casi solos y rodeados de una vegetación frondosa y muy frutal. Aquello era paradisíaco, a pesar de que me recordase a menudo a alguna escena de, diría, Apocalypse Now.
Nos comentó el guía que estaba haciendo el mejor tiempo de los últimos días, no hacía mucho calor, esto quiere decir que empezamos el día con 24ºC y luego no subió mucho más que los 29ºC. Para él diciembre es su mes favorito porque la temperatura ronda los 22/25ºC.

De momento no nos ha llovido nada. Sólo cayeron un par de gotas, contadas, la noche del lunes durante la cena. La familia del Homestay se quiso poner a cubierto enseguida, como si el cielo fuera a descargar en pocos segundos, pero no ocurrió nada. Pensé que los locales sabrían distinguir las falsas alarmas de los diluvios, pero parece que no es así.
                                                                      
La habitación del hotel de Can Tho es la mejor en la que hemos estado nunca. Íbamos a coger una habitación standard, eso sí, con ventana (aquí hay que tener cuidado con lo que se reserva porque muchas habitaciones no tienen ventana, en el fondo quizás no importe porque lo que se utilizará para refrescar el ambiente no será ésta sino el ventilador o el aire acondicionado que todas las habitaciones suelen tener, pero a mí, no tenerla, me causa una sensación algo claustrofóbica), pero al enseñarnos la habitación Vip del ático que tenía una terraza llena de plantas preciosas con jacuzzi, como estaba de oferta por sólo 12 dólares más (unos 9,5€) que la habitación standard, no nos pudimos resistir. La primera noche en Can Tho, después de cenar, la pasamos allí, en el jacuzzi de nuestra terraza tropical. Esto podría ser calificado de ‘lujo asiático’, ¿verdad?


En la cena de la segunda noche, el marinero comió serpiente… aunque sin gafas… por si acaso. Yo la probé, pero no me pareció nada especial. El marinero comentó que una vez se acostumbraba uno a la textura, algo dura, y a lo picante de la salsa saté que la acompañaba, el plato era una delicatessen.
En el menú de ese restaurante también se podía encontrar, aparte de serpiente y cocodrilo cocinados con distintas salsa, ratas de campo.

jueves, 20 de noviembre de 2014

El Delta del Mekong (I) (El río de los nueve dragones y los 'narices grandes')



Domingo 16 y lunes 17 de noviembre de 2014
Nos hemos alojado dos noches en un Homestay, una especie de casa rural, a la orilla del río Mekong, Ha resultado baratísima, cuesta sólo 6,5€ por persona y noche con desayuno y cena incluidos. Los comentarios del Trip Advisor le daban muy buena puntuación, así que nos atrevimos a probarla.

Para llegar a ella tomamos un autobús desde la estación de Mien Tay de Saigón hasta Vinh Long, una de las ciudades del Delta del Mekong, llamado en Vietnam el río de los nueve dragones por el número de brazos en que se dividía el río antes de desembocar en el mar (actualmente sólo son siete).  Nos recomendaron que cogiéramos un autobús que fuera de la compañía Phuong Trang porque las otras ofrecían vehículos pequeños y muy incómodos. Efectivamente, tuvimos un viaje agradable en el que iba incluido un botellín de agua, una toallita refrescante y wifi (sorprendente que, de momento,haya wifi gratis en todas partes, incluso en el bar más pequeñito de Saigón).
                                                               
El trayecto fue bonito y mekongiano: afluentes del río, pescadores, barquitas, arrozales… de vez en cuando dos o tres tumbas en medio de los arrozales… El marinero se dio cuenta de que en muchos de los restaurantes que veíamos había hamacas al lado de las mesas. Qué buena idea, ofrecer la posibilidad de una siestecita después de la comida.

Una vez en la estación de Vinh Long tomamos un taxi y afortunadamente se nos ocurrió hacer que el taxista hablara con los del Homestay para saber cómo llegar hasta aquel lugar tan aislado… había empezado a conducir en dirección contraria. Al cabo de un rato le volvieron a llamar y le dijeron que nos dejara al lado de una iglesia por la que estábamos pasando justo en ese momento. Nos recogerían allí. En unos minutos apareció una mujer en moto que nos reconoció como sus huéspedes. Iba vestida como tantas motoristas aquí a pesar del calor (de momento la temperatura durante el día no ha bajado de los 30ºC), con chaqueta de manga larga con capucha, mascarilla, guantes, pantalón largo y medias (muchas chicas llevan calcetines o medias incluso con sandalias hawaianas). Como una ha visto familias de 4 personas, e incluso de más, subidas en una sola moto, pensé que tendríamos que ir el marinero, yo y nuestras dos mochilas en el mismo asiento que la mujer. Menos mal que al cabo de unos segundos apareció su marido. De todas maneras tuvimos que ir todo el camino, unos 20/30 minutos con la mochila a la espalda (no pudimos dejarlas entre las piernas de los conductores porque la zona ya estaba ocupada un montón de botellines de agua). Eso hizo que sintiera continuamente que me resbalaba hacia la conductora y que iba a hacerla caer del asiento en cualquier momento. ¡Qué tensión cuando parecía que iba a frenar! ¡Y cuando la carretera dejó de estar perfectamente asfaltada! ¡Y cuando esa carretera llena de baches y agujeros e convirtió en un camino de tierra! ¡Y cuando ese camino pasó a estar cubierto de piedrecitas! ¡Y cuando en todos esos casos nos cruzábamos con alguien y/o teníamos que tomar una curva y/o mi conductora hablaba por el móvil!
¡Ah, pero qué bellos los arrozales y paisajes del camino! Debían ser entre 16h y 16h30 por lo que el sol ya estaba un poco bajo y el efecto sobre el agua era precioso.
Nota: Aquí los niños pequeños no se acercan corriendo a saludar alegremente como en África.

Teníamos la esperanza de que al llegar a la casa hubiera alguien que hablara inglés, pero ninguno de los miembros de la familia que la atiende hablaba nada que no fuera vietnamita. Curioso que uno se desespere a veces cuando no le entienden y proteste porque esta gente no habla nada, cuando somos nosotros los que no hablamos su idioma… y precisamente los españoles no podemos quejarnos de que otros no hablen o entiendan mucho inglés porque nosotros somos terribles con los idiomas.
Cuando la hija de 13 años llegó del colegio fue cuando pudimos comunicarnos mínimamente. Al final de la noche la abuela se lanzó también a utilizar las pocas palabras del inglés que dice que aprendió en su día y que había conseguido no olvidar.


En la primera cena que tomamos en la casa, la abuela nos enseñó, además de cómo combinar correctamente los contenidos de los diferentes cuencos, qué son esos plásticos circulares o cuadrados que nos sorprendieron tanto cuando los dejaron sobre la mesa. Son papel de arroz. Uno, tal cual, sirve de base, el otro se humedece en agua para reblandecerlo y se coloca sobre el primero. Sobre ellos, en nuestro caso, pusimos 3 tipos de verdura fresca (una especie de espinacas algo agrias, una parecida a la lechuga y otra que era como cebollino) y una cocida en pequeñas tiras (¿nabo?), las enrollamos en ambos papeles y mojamos los rollitos en una salsa ligeramente picante que contenía ajo y chile. ¡Los famosos rollitos de papel de arroz! Lo que se deben reír de nosotros cuando nos ven indefensos ante tantas novedades.
En la segunda cena comimos creps rellenos de fideos y gambitas a las que les dejan media cáscara. Pensé que no podría comerlos sin quitar, incómodamente, trocitos de cáscara de gamba cada dos por tres, pero resultó que hay que coger parte de esos creps y enrollarlos en un par de hojas de verdura crujiente y mojarlos de nuevo en la salsa de ajo y chile; al masticar el conjunto no se nota la cáscara, posiblemente el crujir de la verdura ayuda. Interesante combinación.
Lo que me resultó curioso es que de postre, además de frutas (plátanos, que aquí son pequeñísimos, chom choms, una especie de lichis, y otra fruta cuyo nombre no recuerdo que tenía un sabor entre manzana, albaricoque y zanahoria, con unos sorprendentes pinchos alrededor del hueso), nos ofrecían siempre almendras. No sé si será algo común o una debilidad de la familia. En el paquete leí que eran de California… Tienen nos ofrecieron algo como unas tortitas de arroz inflado enormemente con caramelo que me encantaron.

Lo mejor de la casa, aunque al principio nos asustó un poco, fue que estuviera tan alejada de todo. De esta manera hemos podido conocer en parte cómo se vive realmente, de la pesca, de los arrozales, en esta zona del Mekong.
El lunes 17 de noviembre hubiéramos querido ir al mercado de Cai Be y a la isla de An Binh, pero como hasta el día siguiente no nos podrían haber acompañado (y no había otra manera de ir), decidimos relajarnos y disfrutar de los alrededores. A las 7h desayunamos (un huevo frito al que le podíamos añadir chile y salsa de soja, y una pequeña baguette (herencia de los franceses cuando ocuparon Indochina) y café y/o té), a media mañana, la vecina nos invitó a tomar té y a mostrarnos qué tipo de artefacto utilizaban para pescar justo en frente de su casa. Nuestros anfitriones también pescaban desde el jardín de su casa, pero de dos maneras distintas (directamente red, sin artefacto, y trol). A las 11h30 comimos (lo sé, prontísimo), y de 13 a 15h fuimos en bici a recorrer la zona. Fue un paseo delicioso. Paramos en una tienda-bar para hidratarnos y descansar un poco. Fuimos toda una atracción. Los locales se hicieron fotos con nosotros, nos pidieron nuestro número de teléfono. A mí me tocaban los brazos, señalaban mi piel como si fuera muy blanca y mi nariz, como… si les gustara, por ser ellos tan chatos. Creían que no les gustaban que por eso nos llaman a los occidentales narices grandes. Hacía las 16h30 pensábamos que el abuelo nos iba a llevar en barca por el Mekong, pero simplemente nos llevó un par de veces arriba y abajo por el canal que tenía en frente de su casa y que parecía que no tenía salida a ningún afluente. Una vez lo hicimos a remo, otra con motor. Parece que si queremos navegar por el Mekong tendremos que contratar un paquete turístico desde alguna de las ciudades principales del Delta, así que mañana martes haremos que nos lleven a Can Tho, donde nos alojaremos otro par de noches.